miércoles, 23 de mayo de 2012

Que todas las hijas vuelvan a salvo a casa

Ayer martes, en monte, tuve varios encuentros preciosos a lo largo del día, con periodistas y amigos. Ya volveré sobre eso. Hoy miércoles prendimos el televisor y en el informativo de las 7 nos encontramos con la horrenda noticia del asesinato de la joven de 18 años, estudiante y empleada, asesinada con crueldad y vileza mientras cerca de la parada donde tomaba el ómnibus. No hay palabras que puedan restañar esa herida abierta en corazón de su familia y en de la sociedad uruguaya. Mi inútil llanto se mezcla con el recuerdo de mi hija y el temor que tuve todo el último año cada noche, cada vez que ella debía salir de la facultad de ciencias y caminar hasta la parada a esperar un ómnibus que pasa cada 40 minutos. Yo le pedía que se tomase un taxi, ella decía que no podía gastar lo que ganaba (5.000 pesos) con su grado uno académico en transporte. Yo le decía que su integridad física era más importante. Ella entonces me prometió que no iría nunca sola a la parada, que siempre esperaría a que se reuniera un grupo de gente para salir juntos de la facultad. Yo confié en su criterio pero nunca dejé de estar intranquila hasta que escuchaba su voz alegre al entrar (su voz que es como el canto de un pájaro al amanecer), o el modo que tiene de introducir la llave en la cerradura y deslizarse ella luego dentro de la habitación. O esperar el sms que decía: "ya llegué ma".

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